lunes, 10 de septiembre de 2012

Con el Corazón Ardiendo

Llevaba viajando muchísimo tiempo, ya ni le pesaban los huesos, era la sombra de una sombra. El polvo que se levantaba en el camino formaba parte de su piel como una última capa, marcando sus arrugas y abrazandole la barba de demasiados dias. Llevaba una chaqueta de piel quebrada y remendada con destreza, pero con demasiada frecuencia, y un sombrero de ala ancha de un blanco amarillento fruto de las penurias de la carretera. Al cinto llevaba colgado un cinturon con sus dos pistolas y la última bala que le quedaba, 2 armas para un único proyectil.

Desde que huyó de la Paz en Febrero de 1909 no había dejado de viajar al norte por el arido oeste sudamericano. Hoy, según le habían dicho en la frontera de Colombia y Panamá, era ya 21 de Enero de 1910. Hacía ya casi un año que viajaba, que huía de lo que una vez fué, y de lo que seguría siendo, un cobarde, y eso que nunca le había tenido miedo a nada... Pero esa decisión no era capaz de tomarla.

El viento frio soplaba contra su cuerpo esa noche humeda... Soplaba y le gritaba nombres al oido mientras el empujaba contra ella, con el corazón ardiendo y la vista borrosa. Entonces el viento le trajo otro ruido, el de un tren en pleno frenesí. Su mente se desaletargó y buscó las vias. Acercó el oido a ellas y juzgó que faltaba menos de un minuto para que apareciera. Su cuerpo actuó solo y se colocó de pie en las vias, no quería impresionar a nadie, no quería ningún problema.

Las luces aparecieron al poco tiempo en la dirección que el miraba, viniendo cada vez mas rapido a por él, rompiendo la noche con su tormenta. Sus mirada borrosa reclamó cierta claridad al abrirse el ojo de la mente, y volvio a ver su hogar en la colina. Volvió a verlos a ellos, a su hijo cuando aún tenía 4 años jugando con su hermana, volvió a ver a su madre y recordó la promesa que le hizo a su mujer antes de que muriese. Recordó que le dijo que jamás volvería, que llegaría al norte.

Entonces abrió los ojos, pues al desafiar con su cuerpo la tormenta que rugía en las entrañas del tren habia vuelto a sentirse vivo. Dió un salto a un lado, y esperó, tumbado al lado en la arena, a que el tren terminara de pasar. Se levantó, se sacudió el polvo mas reciente de la chaqueta y volvió a mirar al norte. De cierta manera se había puesto delante de ese tren a toda velocidad para poder sentirse vivo, se encendió un cigarro y volvió a empezar a caminar, aun le quedaba mucho para llegar a la taberna y tendría que hacer todo el camino antes de que amaneciera. Así que caminó, hacia el norte, con el corazón ardiendo y la vista borrosa.


La historia de Cristobal Boceta
-Manuel Eduardo Dato Torres


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